Thursday, February 26, 2009

Nuestra adorada hipocresía

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
26-2-2009

Nuestra adorada hipocresía

En Perú la hipocresía reviste cánones y celebra cada vez que puede la
mentira diaria de su engaño cotidiano. Timar no es problema. Se
aprende a hacerlo desde los tiernos años de la inocencia, para tapar
el cohecho y la suciedad se apela a la mentira blanca como si por
serlo la impostura fuere menos grave y monstruosa. Como si la estafa
contra cada quien mejorara su horrenda faz con la geografía
oportunista de quien produce la triquiñuela o dirige el latrocinio. O
como si el fenómeno lacerante y putrefacto trocara su cáncer de
acuerdo a quien "dicta" el concierto expoliador, el asalto social que
se perpetra o el robo legal que se lleva a cabo. Más fuerte, vital,
recurrente, cuasi inexintinguible, la hipocresía nuestra de cada día
nos hace más cínicos y descarados. El político sólo sabe robar; el
empresario engañar y el burócrata vive de los tontos. Y estos de su
trabajo. Y uno que otro payaso se ha creído el cuento que escribe
libros epocales porque por sus augustas figuras y cerebros producen
mercenarismos que pagan adrede pandillas de pseudo-intelectuales,
historiadores de juguete o héroes de barro.

Recordemos con González Prada en Los honorables:

"Porque en todas las instituciones nacionales y en todos los ramos de
la administración pública sucede lo mismo que en el Parlamento: los
reverendísimos, los excelentísimos, los ilustrísimos y los useseñorías
valen tanto como los honorables. Aquí ninguno vive su vida verdadera,
que todos hacen su papel en la gran farsa. El sabio no es tal sabio;
el rico, tal rico; el héroe, tal héroe; el católico, tal católico; ni
el librepensador, tal librepensador. Quizá los hombres no son tales
hombres ni las mujeres son tales mujeres. Sin embargo, no faltan
personas graves que toman a lo serio las cosas. ¡Tomar a lo serio
cosas del Perú!

Esto no es república sino mojiganga." (Bajo el oprobio, 1914).

¿Hace cuántos decenios que Perú no produce un pensador de quilates y
potente envión capaz de enhebrar cuatro o cinco párrafos lógicos y
premunidos de fuerza argumental, no plagio o carbón miserable de
emulación? El de allá hablá de José Carlos Mariátegui, olvidando que
este personaje murió temprano en 1930 y que luego de de él y su
belleza periodística cuanto que exégesis buida limitan como es obvio
con los alcances de su tiempo. Hay no pocos payasos que jamás leyeron
a Haya de la Torre y que para no llevar la contraria siguen sin
hacerlo hundidos en nebulosas insondables y en pantanos abisales de
ignorancia. Preguntar por la renovación de esquemas de pensamiento
parece una tarea inútil. En cambio sondear por la frivolidad y el
afeite sí parece tarea fecunda aunque discurra apenas por los
despreciables terrenos de la forma y no el fondo. En Perú se da
prioridad a la cáscara, el fruto pasa a segundo plano. Por eso
carecemos de héroes genuinos, raigales, populares. Los primos,
parientes, los fraudes, tienen sus nombres en avenidas, parques,
carreteras. Jamás se ha averiguado bien quiénes fueron esos impostores
porque las sorpresas delatarían que enorme cantidad de estos adefesios
incurrieron en traiciones contra la Patria y la apuñalaron por un
plato de frijoles o se vendieron al mejor más ágil comensal.

¿Hasta cuándo hay que soportar esta aberración monstruosa? ¿será
lícito conceder, como hasta hoy, la impostura de haberle engañado y
timado a la gente durante 187 años de vida republicana? Me temo que
esa frágil temeridad ya no aguanta más en el imaginario nacional. Por
eso hay que pulverizar a los pobres diablos.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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